Relatos
Corre corre, que te pillo....
De pequeño creía que el tiempo no avanzaba lo suficientemente rápido. El aprendizaje y sucesión de hechos era lento. Quería ser mayor.
¿Podría alcanzar a mis hermanos mayores?
Levantarse, desayunar, ir al colegio, jugar, comer, empezar la clase, jugar, merendar, los deberes, jugar, cenar, dormir, era el círculo de cada día...
Un buen día me di cuenta que la rutina se había roto, mis hermanos permanecían cada vez menos tiempo en casa. Yo pasaba más tiempo solo. Tenía que invertir en mi tiempo.
Las escenas de la película se precipitaban, había que conseguir llegar a los 18 años, ser mayor de edad, y la rueda de la noria iba girando y girando, los años sucedían a los meses, los meses a las semanas, las semanas a los días, los días a las horas, las horas a los minutos, los minutos a los segundos y los segundos a los instantes y zas…………..la pelota del tiempo engullía en su espiral a los acontecimientos.
Todo iba demasiado deprisa, el estudio, el trabajo, el ocio, iban llenando todos y cada uno de los momentos de mi vida.
Muchos fines de semana colgábamos el cartel de completo. La intensidad de los momentos eran llenos, se rebosaba energía, se desprendía creatividad, iniciativa, esfuerzo, toda emanaba plenitud, la vida sonreía con el viento a favor.
La nave funcionaba con buen rumbo y a toda máquina....Las perspectivas eran muy buenas, los objetivos se iban cumpliendo en los plazos previstos. No era una tarea fácil, había esfuerzo, constancia y sufrimiento, pero no te podías quejar.
La confluencia de los astros era favorable, los ascendientes del zodiaco se confabularon y no había nada que parase nuestra marcha ascendente hacia él no se qué. Se quemaban las etapas, las estaciones se solapaban unas con otras, no se podía apenas distinguir entre ellas. Las autopistas de la información rebosaban de caudal. La era del conocimiento estaba en su punto más álgido. Todo era esplendor. El PIB era alto, los índices bursátiles se salían, se entraba en un túnel, se salía, se volvía a entrar en otro, y todo iba sobre ruedas hasta que…
La máquina por un instante se paró en el tiempo, y la rapidez se diluyó en su contenido y llegó el sosiego, las notas vacías de su tempo álgido, rápido, semifusas,… se desintegró contrastando con el zumbido zozobrante, disonante y estridente del interior de mi tráquea.
El estruendo del relámpago encendía mi interior, la inseguridad estremecía mi ser y la angustia cernía en mi horizonte.
La rapidez iba “in diminuendo”, del expreso se pasó al regional y de allí al mercancías, y en un momento se distinguía la luz del farolillo rojo. Estoy parado!, me encuentro en una vía muerta.
Mis músculos se encuentran agarrotados, la rigidez desborda plasticidad y la deformidad aparece en todo su esplendor. El tiempo pasa poco a poco, -como aquel convoy del metro que atraviesa una estación-, sin ningún pasajero, con el sonido intenso e irreverente.
Fin de trayecto, se entrevé con una voz tenue, temblorosa… Pero pasa de largo, -después del pitido-, sin hacer ruido, con sigilo.
La sombra de la esperanza aparece, las constantes, vuelven a aparecer, la vida, las ganas, la energía del vaso de chocolate caliente de primera hora de la mañana. Salimos del túnel...
La armonía vuelve a deslumbrarse, el olor a colonia fresca acaricia paso a paso la mejilla aturdida, por la aspereza de su acartonamiento. El filo de luz, de esperanza, vuelve a abrirse camino….
La lentitud es la esperanza más rápida que tenemos para sobreponernos de esos momentos “tan especiales” que afrontamos con la frente erguida.
Y si las fuerzas nos lo permiten con una sonrisa tenemos que brindar al buen tiempo, al nuevo día para encorozar a las personas que nos rodean,
Y saber detener este reloj que llevamos dentro, a nuestro ritmo, siguiendo nuestros pasos, nuestro aprendizaje…
A Caballo del “parki” entre 8 y 9 de Febrero de 2010