Es indignante, deplorable, ver cuales son las prioridades, cuando medio mundo se muere de hambre, como mucho, haciendo un verdadero esfuerzo se destina un 0,7% del PIB.
Para las personas enfermas que necesitan ayuda constantemente, aprueban la ley de la dependencia para que se queden contentos, pero no la pueden aplicar porque han surgido otras prioridades y primero tienen que ayudar a los dueños del Dinero, que por avariciosos y pretenciosos nos han llevado a la banca rota, a la ruina y debemos pagarlo todos, nadie nos hizo participes los años que se repartían beneficios.
Hace 14 años me diagnosticaron la enfermedad de Parkinson, como saben es una enfermedad neurodegenerativa que no saben como curar y que muy a tu pesar acabas siendo dependiente.
El 20 de marzo del 2007 presenté petición de revisión de grado de invalidez, hasta entonces tenía un 65% en setiembre del 2008 me aumentaron a 69% denegándome el derecho a la ayuda de otra persona.
Yo, ingenua de mí, aunque conozco mis limitaciones, voy y me lo creo, si ellos están tan seguros, debe ser verdad. y me voy al dentista sola, total son dos estaciones ferroviarias, calculo más o menos el tiempo pero no tengo en cuenta que cabe la posibilidad de perder el tren previsto eso aumentaría en 30 minutos mi vuelta.
Voy hacia la estación con paso ligero, pero. me parece notar un pequeño aumento de peso al levantar los pies del suelo, me ánimo a mi misma: "Venga Consol, que tu puedes" al menos eso dicen los expertos que te han valorado.
De pronto un grupo de personas vienen hacia mi, salen de la estación, intento agilizar el paso, porque sino perderé el tren, pense.
Cuando llego el tren ya no está, mis piernas cada vez pesan más, intento andar por el anden, mis pies ya no se levantan, están clavados al suelo, una angustia se apodera de mí, no me veo capaz de entrar al tren, empiezo a temblar, el anden se va llenando, todos me miran como si fuese un bicho raro, o al menos a mi me lo parece, trago saliva, junto con mi timidez y dirigiéndome a una joven que tenía más cerca le digo:
- Oye, por favor
- Sí, dígame, me contesta
- Cuando llegue el tren ¿Podrías ayudarme a subir?
- Claro, ningún problema, me dice mientras con la mirada me pregunta ¿Qué le pasa?
- Es el Parkinson, que ha vuelto antes de lo que yo había previsto
Llegó el tren y cogida del brazo de una joven desconocida pude entrar en él, cuando llegué a mi destino, la misma joven me ayudó a bajar, dejándome en medio de un anden repleto de personas corriendo para todos lados y yo en
medio y mis pies clavados no querían avanzar.
Como pude llegué a las escaleras, nadie se ofreció ayudarme, las escaleras las subo y las bajo bien aunque esté en Off, pero me faltaba el último tramo, el peor, pasar por las puertas de control que tienen las estaciones y es que a mí las puertas me paran, efectivamente fue llegar delante de la puerta y quedarme otra vez clavada, desde el otro lado el revisor de
billetes me decía:
- Pase, señora
- Eso intento, pero no puedo, le contesté
- ¿Cómo no va a poder?
Le tendí la mano pidiéndole ayuda, muy amablemente me ayudó a salir por aquella pequeña puerta a la vez que me preguntaba:
- ¿Qué le pasa?
- Que tengo Parkinson, señor
Me acompañó hasta los bancos que hay en medio de la Plaza, me ayudó a sentarme y allí me dejó.
Mientras llamaba por teléfono para que me viniesen a buscar, me acordé de los que me denegaron la ayuda de otra persona, a ellos quisiera yo verlos en mi lugar.